jueves, 26 de agosto de 2010

Moulin Rouge, II

Capítulo II: Ensayo

Me encontraba en el antro de Toulouse Lerreck, un enano que acababa de conocer y que por una serie de situaciones disparatadas, me encontraba con un ejemplar de una extraña obra: Espectacular, Espectacular.
Toulouse, vestido de monja, entre unos decorados cutres de colinas nevadas se puso a cantar:

- Las colinas recobran alma, con las eufónicas sinfonías del discante…- cantaba, o más bien gritaba.

- ¡Basta, basta, bastaaaa! ¡Es insufrible! ¿Y si nos limitamos a unas simples notas de piano?- dijo Odrick, el del pelo lila, con cara de desaprobación.
Parecía haber ciertas diferencias artísticas en el grupo. Cada uno tenía su idea.
- No creo que una monja diga eso de una colina…-decía uno.

- ¿Y si cantara las colinas renacen?- opinaba otro.

- ¡No, no! Las colinas entonan y…retumban- decía el enano.

- ¡No, no, no!

- ¡Las colinas se encarnan en sinfónica melodía!- dijo el argentino incorporándose de golpe y después volviendo a sucumbir.
Y así, cada uno dando su idea y negando las demás, cada vez más fuerte. Yo también quería participar, dar mi idea, pero entre ese bullicio nadie me oía.
Y para captar su atención, canté:

- Las colinas reviven con el sonido de la música…- todos callaron, ¡Era perfecto! Me había fluido la inspiración como nunca antes.- …con las canciones que han cantado, durante miles de años.

Todos exclamaron, les encantaba.

- ¡Excelente!-dijo Toulouse, aún maravillado.- ¡Odrick! Deberías componer juntos.
Y así es como empecé a trabajar con ellos, aunque a Odrick no le gusto la sugerencia y se marchó a otra parte de Montmartre, a buscar a alguien que le valorara más.
Esa noche brindamos con champagne, o eso es lo que dijo Toulouse que era, porque yo no lo identifiqué.

- ¡Por tu primer trabajo en París!- gritó Toulouse.

- Con Christian podremos escribir el espectáculo revolucionario Bohemio que siempre hemos soñado- dijo el narcolepsico.
Aunque era difícil que Zidler, el director del Moulin Rouge lo produjera, aunque Toulouse tenía un plan: Satine. Para acceder a Zidler nos ganaríamos la confianza de Satine, la estrella del Moulin Rouge. El encargado de esta tarea sería yo, me vestirían con las mejores ropas y me harían pasar por un famoso escritor Inglés. Contaban que cuando Satine escuchara mi poesía moderna se quedaría atónita, y convencería a Zidler de que produjera Espectacular, Espectacular. Pero yo no lo tenía claro:

- ¡No, no puedo!- dije exaltado- no estoy seguro de ser un verdadero revolucionario bohemio.

- A ver, ¿tu crees en la belleza?- me preguntaron.

- Sí.

- ¿En la libertad?

- Sí, desde luego.

- ¿En la verdad?

- Sí.

- ¿En el amor?

- El amor,… el amor, creo en él por encima de todo. ¡El amor es como el oxígeno! El amor es algo esplendoroso, el amor eleva nuestra esencia. ¡Todo lo que necesitas es amor!


Y me quedé. Era el plan perfecto: iba a tener un escritorio y estaría junto Satine, la mujer que todo el mundo deseaba.

Salimos hacia el Moulin Rouge. Era profunda noche, pero la luna la iluminaba con su esplendor. Tiritaba, iba a recitar mi poesía para Satine.

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