viernes, 21 de enero de 2011

Moulin Rouge, XI

Capítulo XI: Amor y lágrimas




Qué maravillosa era la vida ahora que Satine estaba en mi vida. Pero el duque no era tan tonto como Zidler había previsto. Sentados en su despacho debatían distintos problemas:

-La remodelación del Moulin Rouge en un teatro costará una gran fortuna- argumentaba el duque- a cambio, pido un contrato que me ceda a Satine en exclusiva. Satine será mía.

- Lo entiendo perfectamente, duque.

- Pues bien, ahora que hemos llegado a un acuerdo puede decirse que ya puede transformar su amado Moulin Rouge ¡en un teatro! Cortejaré a Satine esta noche, después de la cena.



Pero Satine no acudiría a la cita esa noche, ni la siguiente. Lo evitaba siempre que podía para poder estar conmigo, disfrutando de nuestro amor.

Por más que el Duque lo intentase era demasiado fácil buscar una escusa entre el escritor y la protagonista, era tan fácil engañar a todo el mundo, aunque más bien nos lo parecía. Jugábamos entre vestidores, presos de la ceguera del amor, pero no éramos invisibles. Y Zidler nos vio.

-¡Estás loca! – le dijo a Satine- el duque se está gastando una fortuna en ti, el camerino nuevo que te ha construido es precioso, quiere convertirte en una estrella. Y tú, tonteando con el escritor.

- Venga, no seas ridículo…

- ¡Os he visto!

- No… no es nada. Solo es un simple capricho. No, no es nada…

- El capricho debe terminar. Ve a ver al chico, dile que se ha acabado, el Duque te espera en la torre a las ocho.

Entre lágrimas subió a cambiarse, pero mientras se miraba en el espejo sin reconocerse empezó a faltarle aire de nuevo y cayó inconsciente, como un pétalo de una flor.



¿Cómo iba yo a saber? Que en esos últimos y fatales días, una fuerza más oscura que los celos y más fuerte que el amor, había empezado a apoderarse de Satine.