domingo, 22 de agosto de 2010

Moulin Rouge, I

Capítulo I: Comienzo




Llegué por primera vez a Paris hace un año. Era 1889, el verano del amor. Yo no sabía nada del Moulin Rouge, ni de Satine.

Una revolución bohemia había brotado al mundo, y yo viajé des de Londres para formar parte de ella.

Sobre una colina se asentaba el barrio de Montmartre, era el centro de la vida bohemia, lo que yo ansiaba por ver. ¡Músicos, pintores, escritores! Se les conocía como los hijos de la revolución. ¡Sí! ¡Yo había venido a vivir la penuria, a escribir sobre la verdad, la belleza, la libertad! Y sobre aquello en que creía encima de todo: el amor. Sólo había un problema, nunca me había enamorado.

Me aposentaba en un antro viejo y pobre, no tenía nada de bueno, excepto que estaba delante del Moulin Rouge. Desde mi ventana podía ver aquel molino rojo con sus aspas que no paraban de girar y que te sucumbían en un sueño hipnótico.

Afortunadamente en ese momento un argentino inconciente atravesó mi techo.

- ¡Aaaah! Huuum… - y quedó inconciente.

En acto seguido apareció un enano vestido de monja por la puerta.

- ¡Eh! ¿Cómo está usted? No sabe como lamento esto, estamos arriba preparando una obra.

- ¿Qué?- dije perplejo, sin comprender.

Una obra, algo muy moderno, titulado Espectacular Espectacular.

- Transcurre en Suiza – me explicó el enano.- Por desgracia el argentino sufre una enfermedad llamada Narcolepsia.

- ¿Qué?

- Está perfectamente y de repente… ¡inconciente!- añadió el enano a carcajadas.

Y en ese momento aparecieron unos personajes por el agujero del techo.

- ¿Cómo está?- preguntaron a través del agujero los actores, con pintas un poco peculiares.

- ¡Qué mal! El narcoléptico del argentino está inconciente y no tendremos la obra acabada a tiempo para mañana; no podremos enseñársela al productor- exclamó uno con el pelo lila.

- ¡Y yo aún no he terminado la música!- dijo otro.

- Ya habrá alguien que lea el papel- dijo el enano, Touluse.

- ¡En nombre del cielo! ¿Y quién va interpretar el joven y sensible poeta y pastor de cabras Suizo?- preguntó el del pelo lila.



Todo aquello no tenía sentido, pero antes de que me pudiera dar cuenta, ya estaba allí arriba subiendo al argentino inconciente y después, con la obra entre mis manos.

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